Más
revelador aún resulta la comparación de sus palabras con las de otras
tradiciones espirituales; a través de ella podemos percibir una misma Verdad
tras el ropaje de diferentes imágenes y símbolos.
No nos fue dado establecer "quién nos hizo"; lo único cierto es que tenemos niveles de posibilidades mentales y espirituales. Desde cada nivel el mundo se ve diferente, porque los intereses son diferentes.
El nivel rojo es el del dinero. Todo lo medimos por su valor monetario.
El naranja es el interés sexual.
El nivel amarillo es el del egocentrismo; sólo nos interesa el lucimiento personal, el enaltecimiento de la propia persona.
El nivel verde es el del "amor". Es el nivel al que nos quería ascender Jesús. Él de hecho había llegado más alto, pero los que lo escuchaban no lo hubieran entendido.
El nivel celeste es el de la palabra, oral y/o escrita.
El azul es el del conocimiento.
Y el más elevado nivel es el de la contemplación de las verdades eternas.
Si bien los símbolos ayudan a señalizar el camino hacia la superación de niveles, no son el camino.
Jesús no sirve para ritualizar, dogmatizar y
sacralizar ni para venerar y divinizar su mensajero; Jesús sirve para seguir sus pasos y emular su realización espiritual.
Nada hay más
peligroso para una religión institucionalizada que un místico, aquél que
experimenta directamente a la Divinidad, sin intermediarios; aquél que
trasciende la jerarquía, el rito o el dogma en el fuego de su propia realización
divina ("Para un sabio dotado de visión espiritual las escrituras tienen tanta
utilidad como un pozo que ha sido cubierto por una inundación", Bhagavad
Gita II.46).
El mismo Jesús fue crucificado porque amenazaba el orden
religioso establecido, según los fariseos y los "guardianes de la ley".
Sin embargo,
son estos místicos, en todas las culturas y religiones, el referente para el
buscador de la Verdad, y no las diferentes jerarquías y autoridades religiosas,
frecuentemente más ocupadas en preservar unas tradiciones y símbolos heredados y en ampliar su
propia influencia y poder en la sociedad.
Cristo, el buen pastor,
y Krishna, el pastor de Vrindaván, son figuras primordiales de la espiritualidad
en Occidente y en Oriente. Los Evangelios y el Baghavad Gita son obras claves en
la literatura espiritual de la humanidad. No deja de ser sorprendente el
paralelismo entre ambas enseñanzas, que a veces usan incluso las mismas
palabras.
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lunes, 28 de enero de 2013
Jesús y el Yoga
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